jueves, 26 de febrero de 2015

Gastroexperiencias: mi primera cata de vinos

Pues aquí estoy después de una temporada considerable sin publicar. Estos días han sido de locos, aunque no estoy en la misma tesitura de enfado/desgana de la semana pasada (gracias a Dios), pero no puedo negar que no he tenido tiempo para aburrirme. Bueno, ni para aburrirme ni para divertirme mucho. Es que en mi casa se ha producido en los últimos días un ataque masivo de virus, y menos una servidora y su hermana, el resto han estado todos de baja (y de bajón), durante un tiempo considerable. Así que al final es un milagro que consiga seguir publicando, jeje!

Como veis, hoy os traigo algo diferente. En primer lugar, os estaréis preguntando a qué viene eso de gastroexperiencias; pues nada menos que una nueva sección en el blog, que básicamente consistirá en pequeñas crónicas personales sobre justamente eso, experiencias culinarias que creo pueden seros de interés para conocer un poquito más iniciativas nuevas e interesantes en el mundo de la cocina y la gastronomía. Así que para los que os lo estabais preguntando, no, hoy no traigo receta. Pero bueno, siempre he pensado que en la variedad está el gusto, ¿no?

Y mi primera experiencia tiene que ver nada más y nada menos que con un producto con el que sé que muchos de vosotros estaréis familiarizados, que es parte de nuestro patrimonio gastronómico nacional, y como no, parte de nuestra historia. Sí, ese producto es el vino, y la experiencia que os traigo es, como no, mi primera cata de vinos, a la que pude asistir hace unos meses aunque hasta hoy no había encontrado el momento de traérosla al blog.

Una foto aérea de la cata, para que os hagáis una idea

Algunos de los que me leen y me conocen, estarán flipando. Y con lógica. 

Es que lo que muchos de vosotros no sabéis de mí es que nunca me ha gustado el vino, básicamente porque no bebo alcohol. Desde que yo recuerde, nunca me han gustado las bebidas alcohólicas, por regla general. Y sumado a esto, como encima tampoco aportan nada a nuestra salud, directamente no existen en mi dieta habitual. 

Estoy escuchando por allí al fondo a algún listillo que me mira con recelo… a ver, me justifico y explico: sólo pongo dos excepciones, dos tipos de licores que me resultan agradables aunque mi consumo de los mismos se limita a un chupito en alguna boda o bien en la Feria Medieval que se celebra donde yo vivo. Son, cómo no, el licor café y la crema de orujo (sobre todo esta última, el licor café hace años que no lo he vuelto a probar). Se tratan de las únicas bebidas alcohólicas que me han gustado alguna vez, aunque hace mucho, mucho tiempo que no las pruebo. 

Ahora entendéis lo extraño de que mi primera gastroexperiencia tenga que ver con producto tan poco consumido por mí como es el vino. Sin embargo, sí he de decir que lo uso para cocinar y me encanta tenerlo presente en mi cocina. Pero la principal razón por la que me apunté es que sencillamente creo que todo interesado en la cocina debe, al menos, conocer y valorar los productos con los que se trabaja, saber apreciar la tradición gastronómica de nuestro país, y sobre todo, tener ganas de aprender. Yo, que soy curiosa por naturaleza, no podía dejar pasar esta oportunidad, y no lo dudé demasiado.

A este evento no fui sola: me acompañaron mi tío, que sí se puede decir que está más versado que yo en la materia, y mi madre. Lo cierto es que ninguno de los tres había ido nunca a una cata y no teníamos muy claro qué tipo de evento/taller era este, pero lo cierto es que salimos encantados con la experiencia.

Aquí vemos al sumiller Arturo Soria (izquierda) acompañado de Emilio, dueño y encargado del Restaurante Marico

El taller de iniciación a la cata tuvo lugar el 26 de septiembre, a las 21:30 de la noche, en el Liceo de Noia, con la colaboración del Restaurante Marico. La cata estuvo a cargo del sumiller y enólogo Arturo Soria, que se encargó además de presentar las bodegas Monteabellón, en las que se producen los cinco vinos que tuvimos el placer de degustar. 


Se trata de una empresa familiar situada en la Ribera del Duero, donde cuentan con más de 71 hectáreas de viñedos, más concretamente en el municipio de Nava de Roa. Para elaborar sus vinos, utilizan únicamente uvas de sus propias cosechas, que se reparten en la variedad Tempranillo y Tinta del País. Por su trabajo y la calidad de sus productos han recibido premios tan importantes en los últimos años como el Baco de Oro en los Premios Baco (2014), la Medalla de Oro en el Concurso Mundial de Bruselas de 2013, entre muchos otros, y sus vinos Monteabellón Finca La Blanquera 2009 y Monteabellón Tempranillo 14 Meses en Barrica 2010 (que tuve la suerte de catar), figuran en el 92º y 91º puestos de la lista Wine Spectator, que selecciona anualmente a los mejores vinos del mundo. Quiero dejar claro, llegados a este punto, que Bodegas Monteabellón no me ha pagado ni patrocina de forma alguna lo escrito en este post. Lo relatado en él es fruto de mi propia opinión personal y no está en ningún modo influenciado por intereses comerciales. 

A lo largo de las dos horas y media aproximadamente que duró la cata, pudimos degustar dos vinos de la Denominación de Origen Rioja, un Finca Athus Joven y un Finca Athus Crianza; y tres vinos de la Denominación de Origen Ribera del Duero, un tinto joven (Avaniel), un Monteabellón de cinco meses en barrica, y un Monteabellón Crianza de 14 meses en barrica. 

Vale, para los que, como yo, entendéis más bien poco o nada, de vinos, esto todo os sonará a japonés. Así que vayamos por partes.

Lo primero de todo: ¿en qué consiste una cata de vinos? Básicamente, en saber cómo degustar y valorar los vinos que se nos presentan, a través de los sentidos de la vista, el olfato y el gusto, por supuesto. De ahí que podamos hablar de cata visual, cata olfativa, y cata gustativa. Cada una nos va a aportar una información diferente sobre el vino que estamos probando, y nos darán los distintos matices que lo definen. Os resumo un poquito en qué consistiría cada una:
  1. La primera de todas es la cata visual. Para poder apreciar el vino a simple vista, inclinaremos nuestra copa unos 40º-45º, sobre un fondo liso y lo más claro posible. Un buen truco es colocar una servilleta blanca, de papel o tela, debajo de la copa para poder apreciar ese contraste en los colores. Así, en la cata visual aprenderemos a distinguir las tres partes que componen el vino, y que serían la lengua (parte final en la que el vino pasa de la tonalidad más oscura a la más clara por la inclinación de la copa), el cuerpo (la parte donde se concentra el vino, más oscura e intensa) y el ribete (los bordes del vino, donde se aprecia su auténtico color original). Además, es importante que observemos la lágrima, que se forma al mover el vino lentamente por el interior de la copa, mientras se desliza por los laterales del cristal. Es un elemento importante y muy interesante, pues nos ayuda a determinar la graduación alcohólica del vino: cuando más gruesa y abundante sea la lágrima (cuanto más “llore”, por así decirlo), mayor será la graduación del vino. 
  2. Después pasaríamos a la cata olfativa, que puede realizarse a través de dos vías: la nasal (percibimos los aromas directamente a través de nuestra nariz, al oler el vino) o retronasal (en la que percibimos los olores tras llevar el vino a la boca, desde la cual llegan al bulbo olfativo). Lo cierto es que no se nos incitó a decantarnos por una o por otra, cada uno según el vino probaba de una forma u otra. Lo cierto es que a mí ambas me parecieron interesantes, pues se consiguen captar los matices en mayor o menor medida según el tipo de vía que escojamos. Pero además, la cata olfativa se compone de varias fases:
    • Una primera fase en la que captaremos los llamados aromas primarios, que son los que percibe nuestro olfato directamente del vino cuando se vierte en la copa, que permanece inmóvil en todo momento. Serían los olores que proceden de la propia uva.
    • Una segunda fase en la que captaremos los aromas secundarios, aquellos que vienen determinados por la fermentación del alcohol. La forma de acceder a ellos en este caso consiste en agitar la copa con movimientos circulares, tras lo cual notaremos como el olor cambia y obtenemos nuevos matices.
    • Una tercera fase, que no se realiza siempre, para captar los aromas terciarios. Estos sólo se aprecian en los vinos de Crianza en barrica o botella. Nosotros, al catar únicamente dos tintos Crianza, sólo pudimos tratar de captarlos en estos casos (digo tratar porque en este aspecto me resultó muy complicado distinguir matices en el olor del vino; muchas veces no tenía claro si estaba detectando un olor o si simplemente me lo estaba imaginando).
  3. Por último, estaría la cata gustativa, que consistiría ya en probar el vino, primero en cantidades pequeñas, y que moveremos en la boca para que la impregne de todos sus sabores, para después degustarlo con más calma a medida que los aromas ascienden a nuestra nariz.
Para pasar de un vino a otro, debemos envinar la copa. ¿Y esto en qué consiste? Pues básicamente en echar un poco del nuevo vino que vamos a probar, mover la copa enérgicamente y desechar su contenido, a fin de que desaparezcan los aromas del vino anterior. He de decir que más de uno prescindía precisamente de este último paso (vamos, que de desechar nada, todo para dentro).

Además, durante la cata olfativa, podemos intentar maridar el vino con diferentes aromas que potenciarán a su vez los propios del tinto. Maridar, para los que como yo no sabían de qué va el asunto, viene a significar algo así como conjugar, casar o combinar de forma armónica dos aromas o sabores a fin de realzarlos. Durante nuestra cata, el sumiller trajo unos pequeños frascos con aromas que distribuyó entre los asistentes para que, a medida que procedíamos con la cata olfativa de los vinos, pudiésemos maridarlos con el aroma que nos proponía. Había un poco de todo según la botella: caramelo, cereza, limón… Pero además tuvimos la suerte de contar con un segundo maridaje, ya para la cata gustativa, a cargo de Conservas Ramón Ferro Bandín, que invitó a los asistentes a degustar algunos de sus productos: zamburiñas en escabeche, ventresca de bonito, mejillones en escabeche y sardinillas en aceite de oliva. He de decir que estaban todas exquisitas; a mí por lo general las conservas en escabeche no me gustan, pues me parece que enmascaran el producto real que venden (me pasa muy a menudo con los mejillones y los berberechos, y siendo yo de una tierra tan de mar, esto no lo perdono), y sin embargo en este caso me sorprendieron muy gratamente, pues el escabeche no resultaba en absoluto pesado y mantenía el sabor del mejillón y la zamburiña. 

Bueno, explicado más o menos el procedimiento de cata, paso a comentaros brevemente los vinos que pudimos probar.

Empezamos la cata con el vino Avaniel, un tempranillo joven, afrutado, con un tiempo de maceración breve (10 días). Más tarde entendí el porqué de la elección de este como el primer tinto de la degustación, ya que por sus potentes aromas resulta perfecto para iniciarnos por primera vez en la cata olfativa. Es un Ribera del Duero, y sé que muchos os estaréis preguntando qué puede diferenciar un Ribera de un Rioja (dejando a un lado la Denominación de Origen, por supuesto). Pues, a simple vista, esta estriba en que el Ribera tiene un color violeta vivo, mientras que un Rioja es más apagado. Los Riojas, además, suelen transmitir aromas más de campo, más húmedos.


Después pasamos a catar dos Riojas: el Athus joven, un tinto algo más profundo que el Avaniel, con toques afrutados pero mayor intensidad; y un Athus Crianza, de 12 meses de barrica. Aquí voy a hacer un inciso para dejar clara una cuestión con respecto a esto último: para llegar a ser un Crianza, el vino debe permanecer un mínimo de doce meses en barrica, y luego pasará a la botella. Las barricas tienen una duración útil de unos cinco años. Sin embargo, tal y como nos hizo saber el sumiller, no todas las bodegas respetan este tiempo. Muchas lo alargan, consiguiendo aumentar así su producción a costa de reducir la calidad de los vinos. Arturo también nos explicó el proceso de fabricación del vino y la importancia de las barricas en este sentido, aunque ahora no me explayaré demasiado porque daría para hacer un blog monográfico a propósito del tema. La cuestión es que lo encontré muy interesante, pues dichas barricas, por ejemplo, se hacen de madera de roble, por su capacidad para transmitir unos aromas al vino durante el proceso de crianza que otras especies arbóreas no conseguirían darle. Pueden estar hechas de roble francés o americano, aunque los matices entre uno y otro apenas son perceptibles en el resultado final del producto. 


Para terminar la cata, volvimos a los vinos de D.O. Ribera del Duero, y probamos en primer lugar un Monteabellón de 5 meses en barrica, hecha en un 50% de roble francés y en otro 50% de roble americano. Me resultó bastante más intenso que los anteriores, y sin embargo agradable. Lo cierto es que es un vino que marida de lujo con la carne, y según sugieren en su propia web, con cualquier tipo de queso. 
Y por último pero no menos importante, pasamos a degustar la joya de la corona de la noche, por así decirlo: un Monteabellón Crianza de 14 meses en barrica, en este caso compuestas en un 70% de roble francés y en un 30% de roble americano. Es quizá el vino más intenso de todos, y también el que más gustó entre los asistentes. Está hecho a partir de una uva procedente de un viñedo muy antiguo, con más de 70 años, y que, según nos explicó Arturo Soria, no ha sido tratado con ningún tipo de producto. Lo cierto es que está repleto de sabor, que es muy profundo y transmite aromas muy distintos con una predominancia más bien dulce. Su graduación alcohólica es de 14º, lo que, si bien no lo convierte en una bebida demasiado fuerte, para ser un vino resulta bastante potente (cabe decir que, cuanto más calor recibe el vino, mayor será su graduación). Marida estupendamente con toda clase de carnes, y aquí os puedo hablar desde la experiencia personal, que en mi casa ya se probó tanto como acompañamiento a varias recetas como de ingrediente estrella de algunas otras (algunos os echaréis las manos a la cabeza por utilizar un vino de este tipo para cocinar, pero sinceramente, pienso que si buscas hacer un plato de calidad, necesitas ingredientes de calidad; y punto). 

Al final de todo, nos invitaron a degustar libremente cada uno de los vinos que habíamos probado, y nos ofrecieron la posibilidad de adquirirlos. Nosotros nos volvimos a casa con una botella de Monteabellón Crianza debajo del brazo, cómo no. Mi tío, se fue a la suya con otras tantas. Y la inmensa mayoría de los que estábamos allí.

Hay que decir que son vinos que una vez abiertos deben consumirse en poco tiempo. Con esto no estoy diciendo que os bajéis la botella en un día, pero un crianza de esta calidad no está pensado para perdurar abierto demasiados días. En mi casa, se dio buena cuenta de él, tanto en copa (no por mí, sintiéndolo mucho, pero sigo fiel a mis gustos originales), como en los fogones (aquí sí que tuve algo que ver, jiji). 


Concretamente, hicimos con él un fondo para un estofado de ternera que estaba… de vicio sería quedarnos cortos...

Para muestra, un botón (y de paso os pongo los dientes largos, jeje). ¡Muy pronto en el blog!

Creo que, con todo esto, ha quedado más que claro en qué consiste una cata de vinos, qué nos puede aportar tanto a los que no somos entendidos en la materia como a los que sí lo son, y por supuesto, lo mucho que disfruté durante la misma.

Os dejo abajo el enlace de la web de Bodegas Monteabellón, por si os interesa conocer algo más acerca de su trabajo y sus productos. Igualmente, os he añadido un par de links que creo pueden resultar de interés para aquellos interesados en el proceso de cata de vinos, para ampliar información. 

Espero que esta primera gastroexperiencia os haya resultado de utilidad, a mí desde luego me ha costado recopilar y ordenar toda la información pero al final creo que ha quedado bastante claro y ordenado, ¿no?

Cualquier duda o sugerencia que tengáis, por favor dejádmela en los comentarios, y estaré encantada de resolverla. Si alguno ha estado en una cata de vinos y quiere contarnos su experiencia, ¡adelante! Me encantaría conocer otros testimonios y sobre todo otros puntos de vista, o diferencias, que podemos encontrar de unas catas a otras. 

Bueno, me despido ya que no son horas para estar frente al teclado. Os veo muy pronto, la próxima vez con receta, lo prometo.

Un besiño!

Bodegas Monteabellón

Links de interés sobre la cata de vinos:

viernes, 13 de febrero de 2015

Ahora ya sí parece invierno… Crema ligera de verduras


Vais a tener que perdonarme, pero me voy a desahogar un poco en esta entrada. Es que llevo una semana bastante mala, la verdad. Y hoy ha sido la guinda. Pero en fin, no siempre se puede tener todo y a veces también tenemos que saber vivir lo negativo, ¿no? 


El caso es que no estoy nada, nada, nada contenta con las nuevas clases. Al final sucedió lo que yo ya me temía, y es que seguimos con la dinámica de: os ponemos hasta arriba de trabajos pero en clase os saturamos de teoría. Y entonces, señores, ¿a quién narices le queda tiempo para hacer el proyecto final de Máster? Que entre unas cosas y otras estoy que no puedo más, me paso el día de arriba para abajo sin parar y con la sensación, al mismo tiempo, de que no hago nada útil. Y claro, eso se refleja aquí: no he tenido nada de tiempo para cocinar, ni para publicar, no he llegado a tiempo al reto de La Cocina TS de este mes… Vamos, un completo y auténtico de-sas-tre.

Para más inri, y como ya os adelanté en mi anterior entrada, unos problemas de salud me están chafando bastante el humor desde hace ya un mes. No me voy a poner a relatar aquí todo el diagnóstico pero el caso es que me están mirando un problema en una pierna que me está impidiendo seguir mi ritmo de ejercicios habitual. Si por poder no puedo ni andar más de 20 minutos seguidos sin que me duela a rabiar… y claro, al final el problema físico me fastidia anímicamente y acabo súper frustrada. Y lo peor es que también influye a nivel nutricional: al no poder hacer ejercicio, tengo que adaptar mi dieta a la situación. Entre otras cosas, es por eso que os traigo hoy precisamente esta receta.


Se trata de una crema de verduras que estoy tomando estas últimas semanas, y que me encanta tanto por su sabor, como por su versatilidad, ya que puede acompañar a multitud de platos, y por los maravillosos beneficios que aporta a nuestra salud. Es perfecta además para estos días de frío y lluvia que, al menos aquí en Galicia, parece que no nos dan tregua.

Si encima estáis a dieta, debéis saber que esta crema no lleva nata, ni leche evaporada, ni ningún extra de grasa a mayores que los dos quesitos que detallo en los ingredientes. Estos además son 0% materia grasa, por lo que no debéis tener ningún miedo a “perder la línea”. ¡Vamos, que a comerla sin remordimientos!


La base es el caldo de verduras que ya publiqué hace unas semanas en el blog, por lo que, como veréis, la primera parte de la receta es exactamente igual a esa. Lo que ocurre es que ahora añadiremos las verduras que cocinamos y el queso, con lo que conseguiremos una textura estupenda y un plato con muchísimo sabor. 

Sin más, os dejo con la receta, espero que os guste. 

Crema ligera de verduras
Ingredientes para 3 personas:
- 1/2 cebolleta (de tamaño grande)
- 2 dientes de ajo
- 1 puerro
- 2 zanahorias
- 2 chirivías
- 2 nabos
- Unas hojas de grelos (unos 60 gramos)
- 1 brécol
- 1 tomate kumato
- 2 hojas de laurel
- Perejil fresco picado (podéis usar perejil seco si no tenéis)
- Sal 
- Pimienta negra molida
- Salsa de soja
- Aceite de oliva virgen extra
- 2 litros de agua fría 
- 2 quesitos (0% materia grasa)

Para hacer nuestra crema de verduras, lo primero que necesitamos es un buen fondo o caldo de verduras, que prepararemos en primer lugar. Podemos comprarlo, pero es mucho mejor hacerlo casero. Para ello, limpiaremos todas las hortalizas y las picaremos.

Si ya has hecho mi receta de caldo, puedes saltarte directamente esta parte y pasar al párrafo final.

En una olla, rehogamos la cebolla y el puerro con una cucharada de aceite de oliva, a fuego medio-fuerte. Cuando empiecen a pocharse, añadimos las demás verduras, a excepción del tomate y los grelos. Transcurridos 10 minutos, añadimos el tomate, sal, y bajamos el fuego. Lo dejamos 5 minutos.

Echamos el agua fría en la olla, subimos de nuevo el fuego y dejamos que hierva durante unos 12 minutos. Es muy importante que espumemos nuestro caldo, es decir, que retiremos la espuma que se forma en la superficie del mismo, ya que contiene impurezas. Añadimos el perejil, el laurel, los grelos, y cocinamos a fuego medio durante media hora.

Transcurrido este tiempo, rectificamos de sal, añadimos una pizca de pimienta negra, y un chorrito de salsa de soja. Dejamos que se cueza 10 minutos más, y cuando esté listo, apagamos el fuego.

Ahora colaremos el caldo, y reservaremos la verdura. El caldo no lo vamos a usar todo, tan sólo 1/3 del que hemos hecho (más o menos medio litro, pues con este receta se obtiene aproximadamente un litro y medio). El restante lo podéis congelar, o refrigerar si pensáis usarlo en los próximos días.

Echamos la verdura en un recipiente amplio, y añadimos medio litro de caldo de verduras y los dos quesitos. Trituramos todo hasta obtener una textura cremosa. 

Podemos decorarla añadiendo croutons de pan o, como yo he hecho, unos germinados, en este caso de cebolla.


Se trata de una receta, como veis, muy sencilla y que da para varias raciones. Yo lo que hago es guardarla en recipientes herméticos y la congelo, así la tengo siempre lista para cuando me apetezca, tan sólo tengo que dejarla la noche anterior en la nevera y al día siguiente la puedo calentar al microondas. 

Esta receta la presenté a un concurso de Canal Cocina, por lo que también la tenéis disponible en su web con un paso a paso fotográfico que os puede resultar de ayuda. Si queréis verlo, simplemente clicad aquí.

ACTUALIZACIÓN (13/03): ¡Es oficial! Mi receta ha sido una de las ganadoras del concurso "Recetas saludables con Isasaweis" de Canal Cocina. Estoy que no me lo creo ^^




Y ahora ya sí, me despido. No puedo prometeros que actualizaré pronto, ya que entre los Carnavales y el trabajo preveo unos días bastante movidos. Supongo que aprovecharé estas vacaciones para adelantar curro, aunque no sé si será suficiente… En fin, mejor me voy a concentrar en ir sacando todo lo mejor posible y en recuperarme (no sabéis las ganas que tengo de retomar mi ritmo habitual, esto es un rollaaaazo). ¡Que paséis un finde genial y un Carnaval todavía mejor!

Un besiño!

Información nutricional de la Crema de verduras
Calorías totales: 740 kcal
Calorías por ración (3 raciones/350 ml): 247 kcal/ración

jueves, 5 de febrero de 2015

Hoy toca inspiración... Dim Sum con curry rojo y puré de batata


Bueno, como veis me ha dado fuerte por lo salado estas semanas. Tenéis que entenderme, por un lado está el hecho de que en casa nos cuidamos mucho y tampoco abusamos del dulce; y por otro, que con el lío de las clases tengo menos tiempo para elaboraciones, digamos, más especiales, y al fin y al cabo lo salado siempre está presente aunque sea en la comida del mediodía.

Pero nunca vienen mal un par de propuestas diferentes para darle un toque original a nuestras comidas, ¿verdad? Yo estoy convencida, y por eso os traigo hoy una receta muy diferente a lo que estoy acostumbrada a cocinar en mi día a día, pero que en casa ha resultado un éxito tanto de sabor como en lo que respecta a la presentación.


Se trata de un dim sum, un plato típicamente asiático, en este caso con sabores que fusionan la cocina española, con ese toque que le da la carne de cerdo adobada con especias muy mediterráneas, y tailandesa, gracias al curry rojo que le aporta mucho sabor y un cierto deje picante. 

Como muchos ya sabréis, el dim sum no es un plato concreto, sino una especie de aperitivo tradicional que se suele tomar en China entre el desayuno y la merienda. Vamos, sería una especie de “brunch” chino, que suele componerse de pequeños bocados salados, como wontons, gyozas, char siu bao, generalmente cocinados al vapor (aunque pueden hacerse fritos) y rellenos de vegetales o carne, junto con algún tipo de sopa o caldo, y siempre acompañados de un buen té, tradicionalmente pu-erh, aunque también se admiten otras variedades. Como veis, es una comida muy completa que se suele pedir para grupos o familias, y que tienen disponible en la mayoría de los establecimientos del país. 


Y estaréis pensando, ¿de dónde sale esta repentina inspiración asiático-española en el blog? Pues se debe a un chef muy concreto del cual he tomado prestada la receta, que muchos ya habréis adivinado en el momento en que mencioné las palabras “cocina-fusión”. Sí, amigos, ese chef es Alberto Chicote, archiconocido gracias a la televisión y más concretamente a los programas Pesadilla en la cocina y Top Chef. 


Seamos francos. Chicote no suele ser un referente culinario que aparezca con facilidad en mis pensamientos cuando pienso en grandes chefs españoles. 

No sé si es por su carácter mediático, o porque quizás no conocía demasiado su trabajo, pero nunca lo había apreciado lo suficiente. Bueno, he de decir que con esta experiencia he aprendido mucho, no sólo de su cocina, sino en general de la práctica de fusionar las tradiciones gastronómicas de países tan diferentes como España, China y Tailandia. Y mirad, ya que estamos haciendo confesiones: me he quedado muy contenta con el resultado. No sólo del plato, sino de toda la odisea que ha supuesto conocer esta nueva cocina, gracias a la cual he aprendido muchísimo de la cultura de otros lugares. 



El plato a muchos os parecerá algo complicado. Nada más lejos de la realidad. Es una receta bastante sencilla, a la que el único obstáculo que le puedo encontrar es conseguir los ingredientes adecuados para realizarla. Como suelo ser muy previsora, os he incluido al final, en el apartado de Consejos/Variaciones, varias opciones que os permitirán readaptar todavía más la receta a vuestra situación y a vuestros gustos.

Por cierto, era de esperar que, conociéndome, haya hecho alguna que otra modificación de la receta original de Chicote, que podéis consultar aquí , en la web de Canal Cocina, donde además tenéis un vídeo explicativo para realizarla. Para empezar, he sustituido el tipo de carne, básicamente porque conseguir rabo de buey no es demasiado fácil donde yo vivo, y porque no quería arriesgarme con un tipo de carne que no he probado nunca y que requiere una cocción muy prolongada (Alberto la cocina durante 8 horas). En su lugar, he optado por un lomo de cerdo gallego, que he adobado con especias a mi gusto, y que he marcado a la plancha. Por otro lado, el puré de batata lo he hecho todavía más sencillo que Chicote, y he prescindido de la mantequilla que, desde mi punto de vista, no le aporta nada a un vegetal que de por sí ya es muy cremoso cuando se cocina asado. Y por último, aunque alguno echará las manos a la cabeza, he eliminado la leche de coco de la elaboración del curry rojo. La razón: no quería comprar leche para usar una cantidad tan pequeña y que luego se me estropease en la nevera; y por otro lado, no quería hacer una base de caldo demasiado grasa. Bueno, que casi se me olvidaba, en lugar de emplear masa de gyozas (hecha a base de harina de arroz, sal y agua), he empleado masa de wonton, que es idéntica a la masa de gyoza salvo por el hecho de que lleva también huevo. Sería, por así decirlo, la versión china de las gyozas, que suelen emplearse más en cocina japonesa. La razón es que no quedaba en la tienda masa de gyoza, y no tenía tiempo de hacerla casera, así que me dejé aconsejar y opté por los wonton. La verdad, me alegro de haberlo hecho, ya que a la hora de manipular la masa, es mucho más cómodo ya que sólo se necesita agua para sellar cada bollito; sin embargo, con las gyozas es necesario usar huevo batido. 


No me voy a enrollar mucho más, y pasamos a la receta, a ver qué os parece.

Dim Sum de carne con curry rojo y batata
Ingredientes para 4 personas:
- 20 láminas de masa de wonton *
- 3 filetes finos de lomo de cerdo
- 2 batatas grandes
- 1 litro de caldo de carne
- 3 quesitos (cada porción de 16 gr) *
- ½ cucharada de pasta de curry rojo *
- 2 dientes de ajo
- Jengibre fresco
- Orégano
- Albahaca
- Ajo picado
- Cebolla molida
- Perejil picado
- Pimienta negra
- Sal 
- Aceite de oliva virgen extra
- Germinados de cebolla (para decorar) *

* Ver anotaciones finales.

En primer lugar, vamos a preparar la carne. El día antes, la adobamos con aceite de oliva, orégano, ajo, perejil, cebolla molida, pimienta negra y albahaca. La dejamos macerar mínimo 12 horas. 

Al día siguiente, la cortaremos en trocitos muy pequeños, como si fuésemos a preparar un tartar, más o menos en cubitos de un centímetro de lado. En una sartén, la doraremos a fuego medio, hasta que veamos que se ha hecho, pero sin pasarnos, para que nos quede jugosa (aproximadamente unos 6-7 minutos). Reservamos.

Precalentamos el horno a 200º. Lavamos bien las batatas, y si son muy grandes les hacemos un corte longitudinal sin llegas a los extremos. Las envolvemos en papel de aluminio y las metemos en el horno aproximadamente media hora. 

Ahora prepararemos la base del plato, que será nuestra salsa de curry rojo. Para ello, en una sartén amplia, vamos a dorar los dientes de ajo y el jengibre rallados, con un poco de aceite de oliva. Añadimos la pasta de curry rojo, y cocinamos a fuego medio-alto sin dejar de remover. Es muy importante que tostemos bien el curry, porque así liberará todo su aroma y a la hora de añadir el caldo éste absorberá todo su sabor. Cuando veamos que todos los ingredientes están en su punto, más o menos tras 5 minutos al fuego, añadiremos el caldo de carne, y dejaremos reducir a fuego medio-alto, durante unos 10 minutos. Transcurrido este tiempo, añadiremos el queso troceado, bajaremos un poco el fuego, y dejamos que se cocine y se funda lentamente. Removemos de vez en cuando para integrar toda la mezcla y evitar que se nos agarre el fondo. 

Mientras, vamos preparando los wontons. Colocamos cada lámina de masa en la palma de nuestra mano, las pincelamos con agua, y en el centro colocamos una cucharada de carne. Cerramos cada una haciendo una especie de saquitos, y presionamos bien para sellar cada pieza y que no se nos abra cuando la calentemos. Una vez las tenemos todas preparadas, las cocinamos al vapor durante unos 7-8 minutos. Si usáis una vaporera de bambú, no creo que tengáis problemas a la hora de cocinarlos; si, como yo, tenéis una vaporera de cristal, os recomiendo que coloquéis sobre ella una lámina de papel sulfurizado, así los wontons no absorberán demasiado líquido, y evitaremos que se abran o se peguen.

Volvemos al caldo, que lo habíamos dejado en el fuego, a fuerza media. Cuando tengamos una consistencia cremosa, retiramos del fuego, tapamos y reservamos.

Sacamos las batatas del horno y las vaciamos en un recipiente amplio. Añadimos un poco de sal y pimienta negra al gusto, yo no le he añadido demasiado porque me gusta que esté suave. Para hacerlas puré, simplemente tendremos que remover la pulpa de la batata con ayuda de unas varillas o mismo de un tenedor, haciendo movimientos envolventes sin parar. Veréis que pronto conseguiremos esa textura de puré, sin necesidad de añadir ningún tipo de grasa.

Por último, apagamos el fuego de los wontons, y los retiramos con cuidado del papel. Vamos a proceder ahora con el montaje de nuestro plato. 

Os recomiendo que escojáis un plato hondo: en el fondo, colocaremos nuestra salsa de curry rojo; sobre ella, pondremos los wonton, y encima de los mismos una porción de puré de batata. Por último, podemos coronar nuestros aperitivos con unos germinados, que en mi caso eran de cebolla, o bien con un poco de cebollino picado, por ejemplo.


Consejos/Variaciones:
  • Las láminas de wonton no son difíciles de conseguir, pues las venden en cualquier tienda de productos asiáticos, y también la he visto en algún supermercado. De todas formas, si no pudierais encontrarla, os propongo varias alternativas: comprarla de forma online, en algunas de las tiendas que tienen este servicio, como por ejemplo en la que yo he comprado, Nippon Store; emplear masa de gyoza, para lo cual sólo tendréis que hacer un cambio, y es que en lugar de pincelar la masa con agua para después cerrarla bien, hay que usar huevo batido; podéis también hacer la masa de forma casera, hay varias recetas por internet que he consultado y que me parecen bastante válidas, la verdad, es sólo cuestión de buscar; o, por último, podéis cambiar la masa por otra distinta, como la filo o la brick, aunque éstas por lo general no admiten una cocción al vapor, así que tendríais que adaptaros a cada una.
  • La pasta de curry rojo se puede encontrar en prácticamente todas las tiendas de alimentación asiática, ya que es uno de los ingredientes más característicos de la cocina tailandesa. Pero, si os ocurre algo parecido a lo que comenté con la masa de wonton, y os resulta imposible adquirirla, podéis optar por comprarla online, o bien hacer el curry de forma casera, ¡seguro que os sale riquísimo!
  • El quesito lo he utilizado para reducir la cantidad de grasa total de la receta, ya que la leche de coco actúa un poco como la nata, y aunque consigue mejorar la consistencia de las cremas y aporta unos matices de sabor muy interesantes, yo he preferido substituirla. El queso aporta cremosidad y encima es bajo en grasas, así que si estás a dieta, no te preocupes, que no vas a pasar hambre :) De todas formas, si preferís emplear la leche de coco como en la receta original, no hay problema, simplemente tendréis que añadir unos 200 ml a la salsa y dejarla cocer.
  • Los germinados, por último, está claro que son opcionales. A mí me gusta el toque que aportan en la presentación de algunos platos, pero además hay que tener en cuenta que también nos aportan numerosos beneficios desde la perspectiva nutricional. Podéis comprarlos o hacerlos caseros; si alguien se anima a esto último que me comente cómo le ha salido, tengo muchas ganas de hacer en casa germinados pero nunca encuentro el momento de ponerme a ello.


Como veis, no es una receta difícil en sí misma, pues si seguís los pasos ya os dejo claro que no os dará ningún problema. Y de sabor, qué queréis que os diga: la carne marida perfectamente con el fondo, y ese toque picante de la salsa se contrarresta con el dulzor y la cremosidad de la batata, por lo que resulta un bocadito muy agradable en boca. 

Me parece una idea muy chula para presentar en una cenita o para sorprender en alguna comida familiar o entre amigos. Lo podéis tomar con palillos chinos (como ha hecho una servidora), o bien a la española con cuchillo y tenedor. ¡El caso es comerlos! ¡Que la falta de pericia con los palillos no evite que os pongáis hasta arriba de wontons! He dicho!

Bueno, que no me enrollo más. Probad la receta y contadme qué os ha parecido. Yo ya os adelanto que no defrauda. 


Me retiro ya que es muy tarde y mañana madrugo. Espero volver en breve, si la salud me lo permite, que estos días estoy teniendo unos problemillas bastante jorobados… en fin, ya os lo contaré en la próxima entrada, que tiene para largo…

Mientras, todo el mundo a cocinas. ¿A qué esperáis para probar la receta?

Un besazo!

Información nutricional del Dim Sum con curry rojo y puré de batata
Calorías totales: 1120 kcal
Calorías por ración (4 raciones): 280 kcal/ración

jueves, 29 de enero de 2015

Pan Tigre (y una historia para el recuerdo)


Una vez más, aquí estamos con el reto del mes de Bake the World, esta vez con un pan que no sólo ha hecho las delicias de la casa, sino que me ha hecho muchísima ilusión preparar por una historia personal que tiene detrás (si es que siempre hay cosas que contar tras una receta, ¿no creéis?).

En este caso, le ha tocado el turno al Pan Tigre, un pan de origen holandés, pero que se popularizó en Reino Unido (que es donde yo lo probé por primera vez). De hecho, aunque se le conoce como Tiger Bread, o Jiraffe Bread, por su corteza “a manchas”, en muchos blogs y webs inglesas lo llaman Dutch Crunch bread, por su característica cobertura que se consigue gracias al baño de agua, harina de arroz, aceite y otros ingredientes que os detallo en la receta. 


Originalmente, se hace con aceite de sésamo tostado, pero coincidió que yo no tenía, así que decidí sustituirlo por aceite de girasol, y quedó igualmente rico, así que si os ocurre como a mí ya sabéis la alternativa.


Como os contaba al principio, me encantó la propuesta que Clara y Virginia nos lanzaron este mes, ya que era un pan que conocía por su sabor, pero que nunca se me había ocurrido hacer (no me preguntéis por qué). 

El caso es que hace tres años estuve en Londres y por aquel entonces mi novio y yo decidimos hacer juntos un curso de inglés y aprovechar para conocer mejor la ciudad, ya que nos quedábamos bastante tiempo. Uno de los sitios por los que me moría de ganas de visitar eran los almacenes Harrods, en los que había estado cuando fui de viaje con el instituto, pero que apenas había disfrutado. La razón: en lugar de bajar al food hall, me confundí y me puse a subir pisos como una loca, y aunque me gustó la estética y la decoración de todo el centro comercial, tampoco es que me lo pasase muy bien, teniendo en cuenta que no soy precisamente una aficionada a la moda. Imaginaos mi cara cuando descubrí aquella noche en el hotel que había un piso dedicado exclusivamente a la comida… ¡casi me da algo! Pero ya era tarde, porque no volveríamos en los días sucesivos. Así que cuando volví hace unos años tuve que ir, y esta vez no me moví de la planta del food hall. Madre mía… qué espectáculo de lugar… me pasé el tiempo corriendo de un lado a otro flipando por colores con toda la comida que había allí, aunque no me atrevía a comprar nada por miedo al sablazo que me darían en la cartera (entendedme, soy estudiante con beca y mi presupuesto para esas cosas es bastante ajustado…). 

Pero todo cambió cuando llegué a la sección de panadería. Oh my god. Decidí al momento que no podría marcharme de allí con las manos vacías. ¿Qué mejor recuerdo puede haber de Harrods que la sensación de haber comido pan recién hecho? Recuerdo que había muchísimo donde elegir, pero de repente mis ojos se detuvieron en un pan que me llamó mucho la atención por su característica corteza, y recuerdo que pensé: esto tiene que estar bueno a narices, sí o sí.

Ostras que si lo estaba.

De Harrods salí con una sonrisa en la cara y un pan bajo el brazo.

Y más feliz que una perdiz (ni que hubiera comprado un Chanel, oye…).

He aquí la prueba del delito...
Lo más gracioso de todo es que supuestamente el pan era para la noche, porque aún no sabíamos dónde íbamos a cenar. Pero una servidora no podía aguantarse y tenía que probarlo. Y cuando lo probé no pude parar. 

Adivinad quién se quedó sin cena… (luego me sentí fatalmente culpable, conste)

¿Os hacéis ahora una idea de por qué significaba tanto este pan?

(confieso que me morí de risa mientras hacía la receta)


Bueno, el caso es que no sólo me gustó hacerlo, sino que salió súper bueno. He seguido fundamentalmente la receta de El foro del pan, aunque con algunas modificaciones. He añadido algo de miel porque creo que le concede un sabor más suave, y he prescindido de la sal y el azúcar en el baño del pan. Después de probarlo, puedo asegurar que no lo necesitaba, al menos para mi gusto, claro.

Bueno, ¿a qué esperáis para hacerlo? Os dejo la receta, ya veréis qué sencilla.

Receta de Pan Tigre
Para la masa:
- 300 gr de harina panificable (10 gr de proteína)
- 180 gr de agua templada
- 6 gr de levadura fresca
- 5 gr de sal gruesa
- Una cucharadita (5 ml) de miel

Para la cobertura:
- 40 gr de harina de arroz
- 40 gr de agua templada
- 5 gr de sémola
- 5 gr de aceite de girasol
- 2 gr de levadura fresca

En un bol, echamos la harina y dejamos un hueco en el medio. En un lado, ponemos la sal, y en el contrario colocamos la levadura fresca. Echamos el agua en el centro, y dejamos reposar 10 minutos. Amasamos con las manos hasta que la mezcla comience a homogeneizarse y añadimos la miel. Seguimos amasando; yo lo hice con la ayuda de mi amasadora, con el accesorio de gancho, pero lo podéis hacer a mano, ya que no me pareció una masa demasiado pegajosa.

Hacemos una bola con nuestra masa y la echamos en un bol amplio previamente engrasado. Vamos a dejarla leudar en un lugar templado sin corrientes de aire (yo suelo meterla en el horno, apagado), y tapada con papel film o un paño. Tenemos que esperar hasta que doble su tamaño; el tiempo variará mucho dependiendo de la temperatura y humedad de vuestra casa; normalmente tarda entre una hora y media y dos horas. 

Vamos preparando mientras la pasta de cobertura. Para ello, mezclamos el agua templada con la harina de arroz, la levadura fresca, la sémola y el aceite. Originalmente se usa aceite de sésamo tostado (no valdría el aceite de sésamo de primera presión en frío, que es el que se suele vender en tiendas ecológicas, y el que tenía yo, por eso opté por aceite de girasol, que en este caso es el mejor sustituto). Dejamos reposar nuestra pasta en un lugar templado, aproximadamente durante una hora.

Cuando nuestra masa haya crecido, la volcamos sobre una superficie ligeramente enharinada (digo ligeramente porque no es una masa pegajosa, así que apenas necesita que añadamos harina para manejarla), y la desgasificamos con las manos. Ahora el siguiente paso sería el formado: en mi caso, dividí la masa en dos porciones más o menos iguales y les di forma de bollo, pero podéis hacer una barra, dos, o lo que queráis. Las colocamos en una bandeja de horno sobre papel sulfurizado, bien separadas la una de la otra, ya que van a aumentar de tamaño. Las cubrimos con nuestra pasta de cobertura: para ello, vamos a ir echando cucharadas sobre los bollos de pan, sin manipularlos demasiado, hasta terminar toda la pasta. Con la ayuda de un pincel, la repartimos bien por los laterales, procurando evitar la parte superior del pan, así conseguiremos una corteza más uniforme. Podéis retirar, con ayuda de una cuchara, la pasta que se os haya caído por los bordes hasta el papel de horno.


Ahora los dejaremos leudar una vez más, hasta que doblen su tamaño, durante aproximadamente una hora (en mi caso tardaron 45 minutos).


Precalentamos el horno a 220º, con calor arriba y abajo. Colocamos otra bandeja en la parte inferior de nuestro horno, que nos servirá a la hora de meter los panes para crear vapor, ahora os diré cómo. Introducimos los panes a media altura, y acto seguido llenamos un vaso con agua fría, que inmediatamente echaremos en la bandeja inferior que colocamos previamente. El agua, al contacto con la bandeja caliente y con el calor del horno, se evaporará poco a poco generando un vapor que hará que la textura de nuestro pan mejore considerablemente. Dejamos que el pan se hornee durante 10 minutos, y transcurrido este tiempo, retiraremos la bandeja inferior con el agua que haya quedado sin evaporarse, y bajamos la temperatura del horno a 200º. Horneamos durante otros 25 minutos. 
Sacamos del horno los panes y los dejamos enfriar sobre una rejilla.


Es un pan muy rico para tomar sólo, aunque como la miga es bastante compacta, se presta mucho para hacer rebanadas, calentarlas en la tostadora y acompañarlas de un poco de queso fresco con mermelada de tomate, por ejemplo, o con aceite de oliva y tomate, ¡las combinaciones son infinitas!

Podéis congelarlo si queréis conservarlo durante más tiempo, aunque no os garantizo que seáis capaces de que aguante más de dos días sin que os lo zampéis, de verdad que está rico, rico.  

Otra opción que estoy barajando, dada la sencillez de la elaboración y la facilidad de manejo de la masa, es hacer un poco más de cantidad y dividirla en más porciones, para conseguir bollitos del tamaño de una hamburguesa. De hecho, creo que será mi próximo experimento panarra en la cocina. ¡Ya os contaré qué tal sale!


Ahora os dejo, que tengo que ponerme a currar antes de que se me junte todo el trabajo del mes. Hemos retomado las clases del Máster con fuerza, pero de momento no me quejo, así que se puede decir que la cosa va bien. Y además me están llegando muy buenas notas de las asignaturas pasadas (yuju!!).

Os veo en breve con más recetas y novedades.

Un besiño enooorme!

Información nutricional del Pan Tigre
Calorías totales: 1200 kcal
Calorías por ración (2 bollos/raciones): 600 kcal/bollo

lunes, 26 de enero de 2015

El frío se avecina... Caldo ligero de verduras


Bueno, dije que volvería con una receta salada y aquí estoy, cumpliendo mi promesa. Como veis, el nuevo año de momento no afecta a mi ritmo de publicaciones (ojalá siga así por mucho tiempo… porque se avecina muuucho estrés).

Es que mañana mismo retomo las clases. Ya os comenté en anteriores entradas que este último mes he estado con exámenes y, sobre todo, trabajos finales, pero ahora le toca el turno a la rutina de las clases por la tarde y todo lo que eso conlleva: menos tiempo para buscar recetas, para cocinar, y en general para todo lo que no tenga que ver con la didáctica y la innovación pedagógica. Rezo de verdad por que, al menos, me gusten las nuevas materias (crucemos los dedos).


Pero no, venga, vamos a ser positivos. Además es menos tiempo que la otra vez, así que vamos a confiar en que se me pase rápido y, lo más importante: no nos saturen de trabajo, que ya bastante tenemos con el TFM (trabajo de fin de máster, para los que no estáis en la onda Bolonia; muchas veces os envidio…). 

En fin, que viendo lo que se me viene encima, y teniendo en cuenta que meteogalicia da lluvias y frío de aquí en una semana, me he puesto en plan previsora y he decidido traeros al blog una receta muy sana, rica y versátil. Vale tanto para tomar sola, como para servir de base a otros platos, que os detallo al final. 


La idea de hacer un caldo de verduras me rondaba por la cabeza hace tiempo. Pero la auténtica razón por la que he decidido hacerla es el concurso que organiza Canal Cocina junto con Aneto, al que por supuesto me he presentado con esta receta. Como veréis, requiere tiempo pero no es en absoluto difícil (es más, yo creo que es bastante facilona), y el resultado, si os soy sincera, no esperaba que fuese tan bueno… con deciros que la hice al mediodía y no llegó a la noche…  

Pero por si acaso, he hecho los deberes y os he traído una receta lo más detallada posible, para que no os surjan dudas a medida que la vais haciendo. De todas formas, en la página de Canal Cocina podéis consultar la receta que publiqué, donde añado un paso a paso fotográfico que os puede ser muy útil. Si queréis verlo, sólo tenéis que pulsar aquí.


Sin más, os dejo con la receta. Cualquier duda que tengáis, dejádmela en los comentarios y no tardaré en responderos, ¡palabra!

Receta de caldo de verduras
Ingredientes (para 1,5 litros de caldo):
- 1/2 cebolleta (de tamaño grande)
- 2 dientes de ajo
- 1 puerro
- 2 zanahorias
- 2 chirivías
- 2 nabos
- Unas hojas de grelos (unos 60 gramos)
- 1 brécol
- 1 tomate kumato
- 2 hojas de laurel
- Perejil fresco picado (podéis usar perejil seco si no tenéis)
- Sal 
- Pimienta negra molida
- Salsa de soja
- Aceite de Oliva Virgen Extra
- 2 litros de agua fría 


Lo primero que debemos hacer es lavar bien toda la verdura. Pelamos las zanahorias, el ajo, las chirivías y los nabos. Ahora pasaremos a cortar y picar todos los ingredientes: en rodajas finas la zanahoria, la chirivía, los nabos, los dientes de ajo y el puerro; la cebolleta la partiremos a la mitad; cortamos el brécol separando las cabezas, y el tallo lo cortamos en rodajas; el tomate lo cortaremos en trozos grandes; y por último, cortaremos la parte baja de los tallos de los grelos, que desecharemos, y con la parte tierna de los mismos y las hojas, cortaremos trozos grandes.

Tenemos ya nuestra verdura preparada. Ahora vamos con el siguiente paso: la cocción. 

En una olla amplia, echamos dos cucharadas de aceite de oliva virgen extra, y calentamos a fuego medio-fuerte (en cocina de inducción, en el número 7). Añadimos la cebolla y la rehogamos hasta que se comience a dorar; acto seguido añadimos el puerro y sofreímos bien durante unos 4-5 minutos. Añadimos ahora el ajo y el resto de verduras excepto el tomate y los grelos, y rehogamos unos 4 minutos más; por último, añadiremos el tomate, y bajamos un poco el fuego. Transcurridos otros 4 minutos, añadimos una pizca de sal, removemos bien la mezcla, y echamos los dos litros de agua, que debe estar fría, en la olla. Volvemos a subir un poco el fuego, y esperamos a que empiece a hervir. Dejamos que se cueza unos 10-12 minutos.

Es muy importante que vigilemos la cocción llegados a este punto. Es muy probable que las verduras comiencen a liberar impurezas que formarán una espuma en la superficie del agua. Con ayuda de una cuchara, debemos ir retirando esta espuma (espumar el caldo), hasta que veamos que no queda ningún rastro de impurezas en nuestra olla. En mi caso, apenas tuve que espumarlo, supongo que aquí tuvo mucho que ver el que la verdura fuese ecológica.

Una vez hemos espumado el caldo, añadimos una pizca de perejil fresco, el laurel y los grelos. Bajaremos el fuego a mitad de potencia, y dejaremos que se cueza, tapado, durante media hora.

Pasado este tiempo, rectificamos de sal, añadimos una pizca de pimienta negra, y un chorrito de salsa de soja (aproximadamente dos cucharadas). Es importante que probemos el caldo sobre todo para comprobar el punto de sal, pues así será mucho más fácil saber cuánta queremos añadir según el sabor que busquemos. A mí me gusta que quede suave, por eso apenas añado dos pizcas de sal, pero vosotros echadle al gusto. Removemos bien, volvemos a tapar la olla y lo dejamos cocer otros 10 minutos más.

Finalmente, apagamos el fuego y dejamos que el caldo repose en la olla, tapada, a temperatura ambiente durante unas 2-3 horas. Transcurrido este tiempo, lo vamos a colar. Usad un colador y un bol amplios, porque con esta receta obtendréis aproximadamente un litro y medio de caldo. ¡La verdura ni se os ocurra tirarla! Con ella se puede hacer una crema deliciosa, así que podéis guardarla en la nevera y prepararla sin problema.

Este caldo es perfecto para multitud de preparaciones: sirve como fondo para hacer risottos, o un delicioso tabulé de verduritas; también como base para una sopa; se puede tomar solo como consomé… vamos, que tenéis un millón de opciones. En casa, lo usamos de base para un estofado de carne y verduritas que está… ¡de vicio!

Y además se puede conservar de distintas formas. Si lo vamos a usar en un plazo de máximo una semana, podemos refrigerarlo en un bote hermético. Si queremos guardarlo para futuras elaboraciones, también se puede congelar. Para esto último, es importante que conservemos el caldo en bolsas al vacío o bien en bolsas de autocierre aptas para congelar. Cuando lo queráis usar, simplemente tendréis que sacarlo del congelador unas horas antes y lo tendréis listo para la hora de comer.


En cuanto a la perspectiva más nutricional, qué os voy a decir: este caldo es muy, pero que muy sano, ya que apenas tiene grasa en su elaboración, y la cantidad de sal que requiere es mínima. Además, las verduras utilizadas son estupendas para la salud:
  • La zanahoria es una fuente de vitaminas del grupo B y E, fundamentalmente, además de contener beta-caroteno, que es muy bueno para la vista. Es diurética y, al contrario de lo que se suele pensar, su contenido en fibra es muy recomendable para personas con gastritis o estreñimiento. Encima, aumenta la producción de melanina, que ayuda a proteger nuestra piel de la acción de los rayos solares.
  • La chirivía, similar a la zanahoria, tiene además vitaminas del grupo B, vitamina C, K y E, y contiene minerales como el calcio, el magnesio y el potasio, esenciales para nuestro organismo.
  • El nabo tiene un elevado contenido de vitaminas del grupo B y C, además de minerales como el calcio, el hierro, el potasio y el yodo.
  • La cebolla, además de disolver el ácido úrico, previene la osteoporosis por contener quercetina, además de fósforo, silicio y potasio. Se la considera un antibiótico natural que combate enfermedades tanto del aparato digestivo como el respiratorio, y cuenta con grandes beneficios para el sistema circulatorio.
  • El tomate es rico en vitaminas B1, B2 y B5, así como en vitamina C, de la que es una fuente esencial. Disminuye los niveles de colesterol y es un antiinflamatorio natural.
  • El puerro tiene propiedades diuréticas, por lo que es perfecto para personas que padecen retención de líquidos, y contiene vitaminas del grupo B, C y E. Además, tiene un elevado contenido en magnesio, potasio y calcio.
  • El ajo, como la cebolla, es un potente antibiótico natural, aunque sus propiedades disminuyen cuando se cocina. De todas formas, sus infinitas propiedades son muy efectivas para prevenir enfermedades como la diabetes mellitus, y reduce los niveles de colesterol de nuestro organismo.
  • Los grelos son muy ricos en vitamina A, B9 y K, y además tienen un muy bajo aporte calórico. Contribuyen a reforzar el sistema inmunitario y por su elevado contenido de ácido fólico resulta muy recomendable para mujeres embarazadas.
  • El brécol es un vegetal de gran contenido en fibra, y es muy rico en vitamina C, si bien es cierto que, como muchas otras verduras, pierde gran parte de sus propiedades una vez lo hervimos. Aun así, posee grandes beneficios, como su alto contenido en calcio y fósforo, además de estimular nuestro sistema inmunitario.

Como veis, se trata de un caldo de lo más saludable, que además puede ser muy eficaz en dietas para perder peso, al ser altamente diurético y depurativo. Admite numerosos cambios, y podéis adaptar los ingredientes según la temporada, o añadir otras verduras que os gusten. 

Vamos, que os lo recomiendo encarecidamente. Con un caldo tan versátil, sano y rico, ¿quién puede resistirse?


Bueno, que ya es muy tarde, y mañana me toca madrugar pero bien. Probad la receta y decidme qué os parece. Y como ya os he dicho antes, las dudas dejádmelas en los comentarios y os las respondo en un periquete.

Nos vemos pronto, ya os comentaré las impresiones de esta segunda parte del máster...

Un besiño!

Información nutricional del Caldo de verduras
Calorías totales: 160 kcal
Calorías por ración (4 raciones/375 ml): 40 kcal/ración