domingo, 25 de octubre de 2015

De viajes, retornos y nuevos proyectos


Después de más de tres meses sin publicar, cuando quise empezar a redactar esta entrada tenía sentimientos encontrados. Por un lado, ilusión por retomar el blog, mis recetas, mis historias. Por otro, responsabilidad, por seguir en el mismo nivel que lo dejé y poder dar otro pasito hacia delante ofreciendo ideas más ricas, más complejas y con una mejor presentación. Y por otro, cierta pereza. 

Sí, pereza. Porque en el fondo, todos sabemos que cuando te pones a trabajar en algo que tienes un poco oxidado, nos cuesta volver a empezar. ¡No me miréis mal! ¡Estoy encantada de volver! Pero para que os hagáis una idea, esta entrada me ha costado hacerla más de una semana, entre encontrar las fotos, seleccionarlas y prepararlas para la publicación, redactarla el texto, etc. 


Muchos os estaréis preguntando a qué se debió mi larga ausencia. Bueno, lo cierto es que allá por julio, coincidiendo con un viaje del que os hablaré más abajo, decidí tomarme unas vacaciones bloguiles durante un mes, más o menos, y retomar la actividad al cabo de un tiempo prudencial. Primero me dije: “venga, publico una o dos veces más este mes y dejo agosto para descansar”. Pero entre el viaje, y un par de compromisos que se me fueron juntando, julio pasó sin darme casi ni cuenta. Después pensé: “bueno, a mediados de agosto retomo. Total, está todo el mundo de vacaciones en la blogosfera y seguro que a nadie le molestan unos días más”. De nuevo, craso error: agosto se convirtió este año, para mí, en un auténtico calvario. Luego os lo contaré también, pero el caso es que fue un mes que estaba deseando que se terminase. Y finalmente llegó septiembre: “bien, al fin la rutina de siempre- pensé-, ahora sí puedo retomar todo donde lo dejé y volver a reorganizar mis horarios como de costumbre”. Como de costumbre. Ya. Claro. 

Lo que no sabía es que septiembre se convertiría en un mes dedicado a reorganizar la que ahora es mi vida, y que poco, muy poco, tiene que ver con la que tenía hace un año. Nuevos proyectos, nuevas responsabilidades, trabajos, metas, y muy, muy, pero que muy poco tiempo libre. 

Y algunos os preguntaréis que de qué me quejo. 


Pues de nada. No me quejo. El año pasado estaba muy algo preocupada acerca de lo que ocurriría a partir del verano. Acostumbrada durante 20 años de mi vida a empezar en septiembre un nuevo curso, y habituada a la inercia del estudio, el trabajo, los exámenes y el descanso como una rueda imparable en mi vida, me asustaba el pensar que todo esto ya había alcanzado su límite. Terminado el máster, con él había puesto fin a mis estudios universitarios y se abría ante mí lo que muchos llaman “un mundo de posibilidades laborales”. Esperad que me eche a reír…


Bromas aparte, estaba claro que empezaba una nueva etapa. Pero yo sólo tenía un plan: ponerme a preparar las oposiciones en cuerpo y alma. Única y exclusivamente. Y eso me aterrorizaba.

No por el estudio, porque al fin y al cabo siempre he sido una buena alumna y sabía que no tendría problema en continuar responsabilizándome de ese tipo de tareas. No, lo que me preocupaba, y mucho, era pasar un año entero únicamente estudiando las opos. Ya sé, ya sé que eso es más que suficiente porque es muy duro, etc, etc. Pero no tener una rutina más allá del estudio personal… no sé, no me convencía.


Pensé en apuntarme a actividades, en tomarme el blog con más profesionalidad, en vender algo más el tema de las tartas personalizadas (que normalmente hago sólo como regalo para amigos y familiares), y seguir dando alguna clase suelta de apoyo a mi prima, que es el único sueldo que tengo desde hace un año.

Bien. Ahora imaginad todo lo anterior pero multiplicado por 10, añadid trabajo los fines de semana, entrenamiento diario, horticultura ecológica ocasional y ensayos, y tendréis una panorámica más o menos realista de cómo es ahora mi vida. ¡Ah! Y no os olvidéis de las 6 horas aproximadas de estudio diario para las oposiciones. 


Vamos, que no me aburro. Y que mi vida es algo caótica y estresante. Pero poquito a poco le voy poniendo orden. Ya os contaré más detalles en próximas entradas, pero el caso es que tengo un horario que me va a dar más de un dolor de cabeza semanal, os lo aseguro. Y eso explica en gran medida la falta de tiempo para poder dedicarme con todo el esmero que me gustaría al blog. 

Hoy no voy a aburriros más hablándoos de mi rutina, aunque ya os iré contando alguna cosita, sobre todo las que tienen que ver con ciertos contenidos que tengo pensado ir incluyendo, sobre vida sana, alimentación saludable y nutrición deportiva.


Hoy os quiero hablar del primer motivo por el que tuve que darle un descansito al blog: mi viaje del verano, en el que, otro año más, he podido conocer una pequeña parte de la bota de Europa, Italia.

Vistas desde el puerto de Riva del Garda
Digo otro año más porque es el tercer viaje de verano que dedicamos a conocer el país. 

Antes de nada, aclararé que lo llamo “viaje de verano” porque mi familia y yo solemos hacer dos viajes al año, uno en invierno y otro en verano, coincidiendo con las vacaciones que se piden en el trabajo (y que procuramos hacer coincidir).

Admirando la Pietá Rondanini, una de las últimas obras de Miguel Ángel (Castello Sforzesco, Milán)
Este año nos pasamos una semana conociendo el norte de Italia, concretamente las regiones del Véneto y la Lombardía. Habíamos estado en Venecia hace dos años, cuando visitamos además Florencia, Bolonia, y la zona de la Toscana. El año paso, le tocó el turno a la zona del Lacio, es decir, Roma, Nápoles, Pompeya y la costa amalfitana. 

Así que hace unos meses visité por fin lugares como Milán, Padua, Mantua, Verona, el lago di Garda y los pueblitos que hay en su rivera, como Sirmione y Riva del Garda, y además, repetimos Venecia. Nos quedó pendiente ir a las islas de Murano y Burano, y visitar Brescia, los primeros por falta de tiempo y el segundo por un atasco de tres horas en carretera el último día que nos obligó in extremis a cambiar los planes e ir directos al aeropuerto.

Una muestra mínima del arte que pudimos ver
Fue un viaje genial, pudimos disfrutar de las ciudades paseando tranquilamente; visitamos museos (una parte de mí se quedó para siempre entre los muros de la pinacoteca de Brera, en Milán); admiramos a Davinci ante su obra "La última cena"; disfrutamos de las aguas termales de la Villa dei Cedri, en Lazise; nos volvimos un poco niños cuando llevamos a mi sobrino al parque de atracciones de Gardaland; viajé en el tiempo y me contagié de la magia de Verona, imaginando aquellos escenarios en los que tanto sufrieron Romeo y su Julieta (Shakespeare es uno de mis autores favoritos del mundo mundial); hicimos carreras en los toboganes del parque acuático Cavour, en Valeggio sul Mincio; le dejamos un par de mensajitos a San Antonio en su Basílica de Padua, preciosa por dentro y por fuera (no, no pedí ningún novio, aunque sea la costumbre), y en su plaza presenté mis respetos al condottiero Gattamelata; me tomé un helado de pistacho en la plaza mayor de Mantua; y, por supuesto, degusté las maravillas gastronómicas que nos ofrecía cada ciudad y cada pueblito que visitamos.

Pasta, risotto y frutti di mare, más rico imposible
Si me tengo que quedar con un viaje de todos los que hemos hecho ya a Italia, quizás no escogería este. Fue fantástico, pero creo que el del año pasado visitando Roma, Pompeya, Herculano, y la costa de Amalfi, es difícil de superar.

Admirando las vistas del Lago di Garda, y con el peque paseando por Venecia
Aun así, y como veis en las fotos, no me puedo quejar ni un ápice. 

Pizza, más pasta y verdure grigliate al pesto. Sí, nos cebamos a gusto.
Por cierto, de la gastronomía de Italia os hablaré en otro post, que dedicaré sólo a comentar los lugares que visitamos, los platos típicos y la cocina más tradicional. Además, os recomendaré un par de sitios a los que volvería una y otra vez. Y otros que no me gustaría tener que repetir…

Por eso hoy la receta que os traigo es típicamente italiana, y precisamente de la zona norte. Es un postre cuyo origen se encuentra en la región del Piemonte, y que cuenta con muchas variantes, todas ellas deliciosas. Se trata de la panna cotta (en castellano, “nata cocida”).


Como podéis ver en las fotos, la he acompañado de un coulis de frambuesa, muy sencillo de hacer, que queda delicioso y contrasta de maravilla con la suavidad de la panna cotta. En mi caso, opté por elaborar una receta de lo más tradicional, aromatizada con las semillas de una vaina de vainilla, sin aromas ni colorantes artificiales. Fue todo un acierto y en mi casa resultó ser un éxito. 

Panna cotta de vainilla con coulis de frambuesa
Ingredientes para 2 personas (2 panna cottas)
- 250 ml de nata para montar
- 50 gr de azúcar glass
- 5 gr de gelatina neutra (dos hojas de gelatina)
- Una vaina de vainilla

Ingredientes para el coulis de frambuesa
- 150 gr de frambuesas
- 50 gr de azúcar
- 50 gr de agua
- Unas gotas de zumo de limón

En primer lugar, ponemos a hidratar la gelatina en agua fría, durante aproximadamente 10 minutos. 

En un cazo, echamos la nata y el azúcar glass. Con ayuda de un cuchillo afilado y mucho cuidado, abrimos la vaina de vainilla y raspamos bien las semillas de su interior. Añadimos las semillas y la vaina al cazo y ponemos al fuego, a temperatura baja. Removemos con una cuchara de madera, siempre en el mismo sentido. 

Cuando la mezcla empiece a burbujear, y sin dejar que rompa a hervir, apartamos el cazo del fuego y añadimos la gelatina, bien escurrida. Mezclamos bien con movimientos firmes hasta que se haya disuelto.

Engrasamos unas flaneras o moldes de silicona, y echamos la nata en cada una de ellas. Las metemos en la nevera y refrigeramos toda la noche si es posible. Si no, durante un mínimo de 4 horas. 

Para hacer el coulis, echamos todos los ingredientes en un cazo y lo ponemos a calentar a fuego medio, alto. Con ayuda de una espátula o una cuchara de madera, vamos aplastando las frambuesas, que se irán licuando a medida que aumenta la temperatura. Dejamos que la mezcla burbujee durante un minuto, y retiramos del fuego. El resultado será una especie de mermelada ligera, no debe ser espesa. 

Una vez haya templado, sin llegar a enfriarse del todo, la pasaremos por un colador lo más fino posible, y conservamos el resultado en un recipiente bien tapado. Lo metemos en la nevera y dejamos que se enfríe por completo.

El emplatado es muy sencillo. En primer lugar, desmoldaremos nuestra panna cotta sobre un plato de postre. Para ello, tendremos que calentar un poco el recipiente, mojándolo con un poco de agua caliente. Yo caliento agua en un bol amplio e introduzco dentro la panna cotta durante 20 segundos. Si todavía no se desmolda con facilidad, vuelvo a introducirlo 20 segundos más, y así sucesivamente. 

Una vez en el plato, añadimos el coulis de frambuesa, y decoramos como más nos guste: acompañado de fruta fresca, azúcar glass, vainilla en polvo, etc.


Es un postre realmente sencillo, rico y con una presentación muy vistosa que no requiere demasiada complicación. Yo, además, lo decoré con unas frambuesas y unas hojas de hierbabuena, para dar un toque más sofisticado.

Así que ya sabéis, si tenéis invitados a cenar y queréis cerrar la comilona con un postre ligero, fresco y muy rico, esta es vuestra receta.


Próximamente, os hablaré en el blog de algunos platos típicos de la gastronomía italiana que pudimos degustar en nuestro viaje, restaurantes, y productos típicos de cada zona.

Pero antes, no puedo dejar pasar la ocasión para celebrar en el blog la fiesta que se avecina: el día de todos los Santos. Para los amantes de la cultura americana… ¡Halloween! Pronto el blog se llenará de telarañas… jejejeje!

¡Nos vemos pronto!

Lucía

Información nutricional de la panna cotta con coulis de frambuesa
Calorías totales: 1233
Calorías por ración (2 raciones): 616,5 kcal/ración

1 comentario:

  1. No soy la más indicada para darte consejos, porque yo estoy siempre liada por encima de mis posibilidades en activismos sociales y políticos diversos que no me dejan tiempo para mí, pero... aún así, te lo digo: con calma, priorizando y tú por encima de todos los proyectos.

    Y un día de estos, hasta me lo aplicaré a mí misma :)

    Las fotos, por cierto, preciosas.

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